Segunda Lectura del Día: Cristo Resucitó de Entre los Muertos, Primicias de los que Durmieron

Durante el primer día del retiro de Pascua, los líderes bolivianos continuaron profundizando en el mensaje de la resurrección con la segunda lectura del día: Cristo Resucitó de entre los muertos, primicias de los que durmieron.

Pablo nos enseña que Cristo resucitado es «primicias de los que durmieron». Esta palabra, primicias, tenía un profundo significado para el pueblo judío: las primicias eran la primera porción de la cosecha, ofrecida a Dios como muestra de gratitud y como garantía de que vendría más. De la misma manera, Jesús es la primera resurrección gloriosa, y su victoria sobre la muerte es la certeza de que también nosotros resucitaremos con él.

1 Corintios 15:20 proclama con alegría: «Pero ahora Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicias de los que durmieron».
Esta declaración no es una esperanza débil ni una idea filosófica; Es una verdad gloriosa, firme y transformadora. Cristo no solo venció a la muerte, sino que se convirtió en las primicias, la primera parte de una gran cosecha: nosotros, su pueblo redimido. Su resurrección garantiza la nuestra.

Ahora bien, ¿qué significa realmente resucitar? ¿Qué sucede con nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestro ser? Para ayudarnos a comprender, Pablo nos guía a fondo en 2 Corintios 4 y 5, donde revela una de las explicaciones más claras de quiénes somos y qué esperamos como creyentes.
Compara nuestro cuerpo actual con una tienda de campaña: temporal, vulnerable y pasajera. Pero cuando esa tienda se destruya, es decir, cuando muramos, tenemos la promesa de una casa eterna, no hecha por manos humanas, en el cielo. No deambularemos desnudos, no quedaremos incompletos; seremos revestidos de un cuerpo glorioso, incorruptible y eterno.

Este deseo de ser «revestidos» —no «desnudos»— no es solo un anhelo emocional, sino una promesa cumplida en la resurrección. Pablo no habla de la inmortalidad del alma, al estilo griego, como si la verdadera vida fuera una existencia flotante e incorpórea. ¡No! Habla de una resurrección corporal (sōma): un cuerpo renovado y glorificado, como el de Cristo resucitado.

En 2 Corintios 4:7, nos recuerda que somos «vasijas de barro» que llevan un «tesoro» en su interior. Nuestra fragilidad humana, nuestra naturaleza perecedera, se compara con una vasija de barro. Este contraste no es casual; habla de nuestra debilidad, nuestra vulnerabilidad a la enfermedad, al envejecimiento y, finalmente, a la muerte. El cuerpo humano se descompone, pero dentro de esta frágil vasija habita un glorioso tesoro: el poder y la presencia de Dios en Cristo. Esto nos recuerda que, aunque somos débiles y frágiles, el poder de Dios se perfecciona aún más en nuestra debilidad. Este es el glorioso misterio del evangelio: que no es por nuestra fuerza ni por nuestra apariencia exterior, sino por el poder de Dios en nosotros, que nuestra vida tiene un propósito eterno.

Finalmente, esta palabra nos recuerda que no debemos desanimarnos en medio de las pruebas, porque aunque nuestro ser exterior se va desgastando, nuestro ser interior se renueva día a día (2 Corintios 4:16). El cuerpo está destinado a decaer, pero el espíritu, el ser interior, se renueva constantemente por la presencia de Dios. Esta renovación es un proceso diario que nos recuerda que nuestra verdadera vida no se encuentra en lo visible, sino en lo invisible: en lo eterno y espiritual.